El departamento del Chocó podría convertirse en uno de los mayores productores de vainilla bajo un sistema agroforestal que protege al medio ambiente y provee de un sustento económico a las familias afrodescendientes de dos corregimientos del municipio de Bahía Solano que actualmente producen Vainilla.

Los habitantes de Bahía Solano, municipio del pacífico colombiano, le apuestan al cultivo de vainilla como un proyecto sostenible que les permite suplir algunas necesidades, sin afectar la selva húmeda que les rodea.

La vainilla es uno de los productos más apetecidos en la gastronomía y, la zona noroeste de Madagascar, es la principal productora y exportadora de esta planta que se seca bajo el sol o en agua hirviendo de manera artesanal y sin químicos.

Esta planta mueve más de 70.000 millones de dólares anuales; pero no ha significado en igual medida la mejora de la calidad de vida de los agricultores, quienes viven en precarias condiciones. En varias ocasiones duermen junto a la orquídea que produce la vainilla y marcan sus frutos para que no sean robados. Este hecho, como lo han documentado distintas agencias de noticias, ha desencadenado en una violencia generalizada.

La vainilla es la segunda esencia más costosa en el mercado mundial después del azafrán y depende, en gran medida, de las multinacionales que elaboran alimentos al ser los principales compradores.

Entre 2017 y 2019, Colombia pasó de concretar más de 1000 acuerdos de intercambios de compra de vainilla proveniente de Estados Unidos, a menos de 20 acuerdos de compra de vainilla en 2019 con este país, según la firma Nosis Trade; a pesar que el crecimiento del Producto Interno Bruto colombiano fue del 3% en el año mencionado.

En el estudio Estrategia integrada para la conservación y el uso sostenible de las especies de vainilla en Colombia se determinó que “a finales de 2019 en el país se habían identificado 25 especies de orquídeas del género de la vainilla, de las cuales 21 son aromáticas, con potencial de comercialización”, indicó Ana Teresa Mosquera, ingeniera agrónoma e investigadora.

Tras la identificación de la variedad de orquídeas que se produjeron en la zona se crearon acuerdos con los Consejos El Cedro y El Río Valle, donde habitan las comunidades afro en territorios de uso colectivo, protegidos bajo la Ley 70. Así se determinó que el cultivo de la flor que se llevaría a cabo debía beneficiar a toda la comunidad y protegería al medio ambiente.

De esta manera, “40 familias de ambos corregimientos se unieron a la iniciativa y recibieron capacitación por parte del equipo técnico que nos han enseñado el valor de la vainilla, pues nosotros solíamos colocar la vainilla en los bolsillos de la ropa para que esta tuviera buen olor, pero desconocemos sus demás usos”, aseguró Bercelio Chaverra, vicepresidente del Consejo Río Valle.

La vainilla: un cultivo agroforestal

La orquídea silvestre presente en el territorio chocoano es una planta aromática, perteneciente a la especie comestible Orchidaceae, que hoy se siembra en las parcelas de las familias de las comunidades afrodescendientes, quienes tienen 20 hectáreas sembradas con 300 y 800 plantas que tardan en florecer un año y medio.

Los cultivos de vainilla son sembrados bajo sistemas multifuncionales que proporcionan gran variedad de beneficios económicos, sociales y ambientales, porque les permite cuidar la biodiversidad, cultivar árboles frutales junto a la vainilla y no utilizan químicos o fertilizantes artificiales. Así mismo, la vainilla chocoana tiene un aroma y una textura particular que han hecho que empiece a ser reconocida en el extranjero.

Las familias que hacen parte del proyecto han recolectado hasta este 2021 más de 150 kilos de vainilla en bruto, que luego es curada por los habitantes. Cuando la vainilla está lista es empacada en sacos y llevada al Consejo, quienes la pesan y la compran a $1000 pesos el kilo. Esta organización comunitaria vende la vainilla adquirida a las empresas exportadoras y, una pequeña parte, se comercializa en los supermercados colombianos.

La venta y la producción de la vainilla que no fue afectada de forma directa por la emergencia sanitaria ocasionada por la Covid-19, pues sus habitantes han sorteado el virus e intentan aprovechar el momento para posesionar a la vainilla chocoana y llevar el proyecto que han denominado Vainilla, aroma a Chocó, a ser una empresa colectiva entre el Consejo de El Cedro y El Río Valle, que permita seguir mejorando la condición de vida de los asociados de ambos corregimientos.

Vainilla silvestre en Colombia, más que aromas y sabores

Mundialmente, la vainilla es un cultivo de gran valor económico. Investigadoras javerianas trabajan identificando la diversidad de especies existentes en Colombia y las claves para su conservación y uso sostenible.

Por su sabor y aroma, la vainilla se encuentra en productos como la leche malteada o algunos chocolates. Se trata de un cultivo económicamente importante en la industria mundial de alimentos y cosméticos cuya producción está concentrada principalmente en Madagascar, China y México.

Sin embargo, aunque hoy en día más del 95 % de ese aroma y del saborizante de vainilla surge de un proceso de síntesis químico, “desde hace más de una década, grandes empresas de alimentos han manifestado el deseo de que ingredientes como la vainilla provengan de fuentes naturales”, afirma la bióloga inglesa Nicola Flanagan.

Quizá pocos conocen que ese sabor y ese aroma proceden del fruto de una orquídea. Este último dato conecta a la vainilla con Colombia, reconocida como el país con el mayor número de especies de orquídeas en el mundo, unas 4300 reportadas, de acuerdo con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible y la Universidad Nacional de Colombia.

En el país se conocen 25 especies de orquídeas del género de la vainilla, de las cuales 21 son aromáticas, con potencial de comercialización. A pesar de esto, la vainilla es un cultivo poco investigado en Colombia.

Razones como estas y su interés en los procesos evolutivos trajeron a Flanagan a Colombia en 2006, para realizar un primer trabajo sobre la vainilla. “Al hacer un posdoctorado en Ciencias Biológicas en Australia, pude trabajar en genética de la conservación de orquídeas con una especie endémica y en peligro de extinción allá. Eso me generó mucho interés en estas plantas”, dice.

En Colombia, Flanagan contagió de su pasión a Ana Teresa Mosquera, ingeniera agrónoma y experta en microbiología.

Desde la ciencia básica, y en un ejercicio complementario en el que Flanagan aporta su visión de la ecología y de lo social, y Mosquera su interés en microorganismos, simbiosis y biocontrol, estas dos académicas han fortalecido una línea de trabajo que ya lleva 13 años.

Su gran pregunta, de acuerdo con Flanagan, es: “Siendo un recurso tan importante para el mundo y considerando que Colombia es un significativo centro de diversidad de este género, ¿Cuál es la diversidad de especies de Vanilla presente en el país y cuál el potencial para su aprovechamiento sostenible y equitativo con las comunidades sociales que cuidan de estos recursos?”.

Con distintos proyectos, financiados principalmente con recursos de convocatorias internas de la Javeriana Cali, y algunos trabajos de grado realizados bajo su dirección, las investigadoras han dado madurez a cuatro frentes de producción de conocimiento: biodiversidad, agroecología, conservación y uso sostenible.

Biodiversidad

“Nuestro principal objetivo es conservar, pero primero se debe conocer la diversidad, tanto de plantas como de microorganismos, existente”, explica Mosquera.

Gracias a sus trabajos participativos con comunidades en regiones como el Pacífico y el norte de Amazonas, se ha podido hacer un diagnóstico de la riqueza de variedades en el país, descubriendo dos nuevas especies en Colombia. Una, resultado de un trabajo de maestría de Francisco Molineros, en la Universidad Nacional, del cual fui co directora, en 2014, y que fue bautizada Vanilla rivasii, y otra, en el departamento de Guainía, en 2018, a partir de un trabajo con miembros de la etnia indígena puinave, que fue nombrada Vanilla denshikoira”, añade Flanagan.

Agroecología

“La vainilla es costosa, principalmente porque requiere polinización manual, flor por flor. Es el primer cultivo afectado por la crisis del polinizador, ya que, en México, no hay polinizadores naturales. En Colombia todavía existen”, continúa Flanagan.

Las plantas de vainilla no solo dependen de sus polinizadores, sino que, como en todas las orquídeas, hay una simbiosis con hongos que cumplen la función de pasar nutrientes a las semillas, para hacer que estas germinen.

Les llamamos hongos micorrízicos orquidoides, porque son específicos cumpliendo dicha función en la orquídea”, complementa Mosquera. Estos hongos benéficos además apoyan la nutrición y la salud de las plantas adultas.

Entender la relación planta-microorganismo resulta trascendental: “Podríamos replicar en laboratorio lo que ocurre de manera silvestre, para lograr tener plantas con todo su potencial genético soportando condiciones adversas, y diseñar un manejo para lo que ocurre mundialmente con el hongo patógeno del género Fusarium, que está acabando con los cultivos comerciales”, enfatiza Mosquera y recuerda que justamente eso sucedió en Puerto Rico.

Conservación

“Es prioridad investigar, pero reconociendo la soberanía de las comunidades sobre los recursos. Por eso es un trabajo colaborativo, que busca crear capacidad comunitaria, a través de un diálogo de saberes entre el conocimiento académico que recogemos y el empírico que ellos tienen.

El potencial de Colombia es una oportunidad para que las comunidades mantengan el cuidado de los bosques, creando conciencia sobre el valor ecológico y potencialmente económico de la biodiversidad que allí se alberga”, indica Flanagan.

Uso sostenible

“Promovemos el uso sustentable y sostenible de la vainilla, con el fin de que las comunidades sigan motivadas para conservar sin salir de sus lugares. Sin ellas, no vamos a poder seguir hablando de biodiversidad en Colombia”, afirma Mosquera. Además, se evitaría lo ocurrido en otros lugares, donde solo se cultiva una variedad de vainilla reconocida comercialmente, lo que afecta la diversidad y genera una gran debilidad genética, pues esa especie es víctima del hongo Fusarium.

Además de las dos nuevas especies, estos esfuerzos han permitido recoger experiencias de producción de conocimiento con las comunidades y de aprovechamiento de estos recursos para ecoturismo en Guainía.

Y desde los estudios de microbiología, las investigadoras han encontrado que muchos microorganismos proporcionan nutrientes a las plantas, al tiempo que las protegen de enfermedades, otro de los valores estratégicos de este trabajo que continúan liderando en el país.

Fuente: Universidad Javeriana
Editado por: Croper